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Anne Robert

Mejorar nuestra paz interior

Actualizado: 18 ago



Los planetas se atraen y forman las galaxias. Sobre la tierra, los seres vivos se asocian en ecosistemas, y los seres humanos vivimos en clanes, familias, comunidades en ciudades y aldeas. Todas las formas de vida tienden a asociarse. Podemos llamarlo gravedad, solidaridad, amor, compasión, o “pegajosidad social”. Este estado del ser ha sido proclamado por Jesús en occidente y Buda en oriente como en muchas otras culturas.


Sobrepasa la frontera entre social y biológico, nos permite percibir y comprender las necesidades de otras personas y la naturaleza. Esto lo demuestran nuestras neuronas espejo al darnos la capacidad de sentir el estado del otro ser vivo. Entre más cercano a nuestra especie, más fuerte la empatía.


Constituye el sustrato, el emocionar fundamental que subyace nuestra esencia como seres vivos. Este deseo, sensible profundo, que nos impulsa hacia los demás no se debe confundir con emociones, como el amor emocional romántico tan celebrado y promovido en nuestra cultura de entretenimiento. Tal confusión es la causa de muchos sufrimientos en nuestra sociedad.


Las emociones son reacciones pasajeras a nuestro entorno interior y exterior, como las olas del mar, intensas y efímeras. En ellas no hay paz: surgen, nos sumergen y se desvanecen incansablemente. No las detengamos: debemos dejarlas fluir como las olas para que la tormenta se vuelva danza.



Tomemos el tiempo de nadar más profundo en el mar, la profundidad de nuestro ser, donde las olas no remueven las aguas, y descubramos nuestros sentimientos. Recordemos, para comprenderlos, que son “sentir” y “mente”: más duraderos, requieren una valoración y concienciación de nuestros estados emocionales. Es en este nivel más silencioso, más inmóvil de nuestro ser senti-pensante, que iremos al encuentro de nosotros mismos, en paz.



¿Quieres saber más sobre las neuronas espejo?

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