Las creencias sobre la vejez han ido cambiando a lo largo de la historia occidental, y con ellas, la actitud de las personas. A grandes rasgos, podemos distinguir tres momentos:
Entre los siglos 12 y 17, la imagen era negativa. El viejo era inútil, tacaño y feo. Estaba en conflicto con sus hijos porque no les quería ceder su patrimonio, por humilde que fuera. Se consideraba mejor morir pronto y dejar su lugar a la juventud. Sin embargo, en la realidad de los hechos, las personas viejas se mantenían en la familia hasta su muerte. Dejaban las tareas más valorantes a la siguiente generación y se dedicaban a tareas complementarias y livianas como cuidar a niños y animales, o trabajos manuales sencillos. También se les consultaba sobre su experiencia.
En los siglos 18, 19 y la primera mitad del siglo 20, la vejez fue adquiriendo valor. Es la
época del triunfo de la familia y de sus principios, donde cada generación tenía su estatus. La persona vieja, a partir de los 50 o 60 años, debía retirarse de las actividades productivas y dedicarse a la espiritualidad (meditación u oración), al estudio, a la actividad manual liviana. Se vestía de manera diferente, usualmente de negro, lo que indicaba su función y estatus en la familia. Era considerada como fuente de sabiduría y de cultura oral (cuentos, leyendas y tradiciones), en particular hacia la generación de los nietos.
La familia solía acoger a niños y niñas solos, si existía algún parentesco, de manera que la mayoría de las personas estaban protegidas hasta el fin de su vida. Sin embargo, si no se había sometido a la norma social durante su vida anterior, la vejez era muy dura: obligaba a vivir sin apoyo o en instituciones que juntaban todo tipo de indigentes, desde delincuentes hasta personas mayores dependientes. Estas condiciones se fueron mejorando poco a poco, a lo largo de los siglos 19 y 20.
A partir de 1960/70 hasta hoy, se ha producido otro cambio: la vejez se niega y se debe
esconder, junto con la muerte; no se acepta como tal. Las personas viejas somos aceptadas y valoradas en la medida en que nos vemos jóvenes. Aparentar joven físicamente se ha vuelto el modelo del envejecimiento sano, y nuestra mente debe estar al servicio de este mandato. Es ahora todo un negocio: cirugía estética, cosméticos y medicamentos “anti edad”, salas de ejercicios, grandes inversiones en innovación científica y médica, entre otros. En esto, nuestra sociedad refleja el deseo milenario de la humanidad por ser inmortal o, por lo menos, alargar la vida.
Hasta el vocabulario refleja este afán de borrar la vejez. La palabra se ha vuelto un tabú,
reemplazada por “tercera edad”, “plenitud”, “edad de oro”, y las personas viejas somos ahora “adultos mayores” o simplemente “adultos”, “grandes”, entre otros. Y cuando nos morimos, el cuerpo debe desaparecer en un cementerio que no tiene tumbas visibles, o esfumarse en una sustancia etérea como polvo o líquido, según las últimas propuestas ecológicas.
Una constante desde la antigüedad, son las recetas para vivir una vejez saludable, que no han cambiado desde hace miles de años: Francis Bacon (siglo 16) citando a Aristoteles (4 siglos antes de Cristo), escribe: “Pasarla entretenido, gozar de las cosas de la vida, escuchar buena música y cantos, vestirse de colores variados, respirar sabores agradables, divertirse con juegos, disfrutar en compañía de amigos”, sin olvidar la regla de oro: ser sobrio y frugal, mantener actividad sin excesos en comida, ejercicio y … sexo!
Fuentes: P. Aries, JP. Bois.
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